Barcelona. 15/10/16. Palau de la Música Catalana. Festival de Música Polonesa. Górecki: Tres piezas al estilo antiguo. Szymanowski: Canciones de la princesa de un cuento de hadas. Mahler: Sinfonía núm. 4 en sol mayor. Iwona Sobotka, soprano. Orquesta Sinfónica del Vallés. Dirección: Víctor Pablo Pérez.
El concierto inaugural del Festival de Música Polaca, que llega a la tercera edición, tuvo como protagonistas el meritorio trabajo del principal director invitado de la OSV Víctor Pablo Pérez, la destacada actuación de la soprano polaca Iwona Sobotka y el propio programa, con una diversificación muy interesante y con importantes desafíos para la orquesta.
El estatismo a veces irritante de Górecki junto a una frialdad con la que resulta difícil comunicarse, en manos de una orquesta algo atenazada no resultó un buen inicio. Las Tres piezas al estilo antiguo, aún tratadas con delicadeza por la batuta se convirtieron en una primera obra que funcionó como entrante y que el auditorio recibió con cierta frialdad.
Originalmente escritas para voz y piano en 1915 las Canciones de la princesa de un cuento de hadas contienen todo el vigor stravinskyano la ensoñación mística y el refinamiento francés. Las que se escucharon fueron tres de las seis que completan el ciclo, que fueron orquestadas por el compositor polaco en 1933. Más allá de un magnífico manejo de las atmósferas camerísticas y un sólido empaste, aquí el despliegue de técnica y aguda sensibilidad de Sobotka sería lo más ovacionado de la tarde. Un agudo luminoso que llenó la sala desde la primera de las canciones “La luna solitaria”, precedió a “El ruiseñor” y “La danza” donde hizo gala de un instrumento de poderosa proyección y belleza tímbrica.
La segunda parte presentaba un reto importante para orquesta y director; una Cuarta de Mahler, un reto interpretativo y acústico al que supieron estar a la altura (mención aparte merece la ocurrencia absolutamente fuera de lugar, en mi opinión, de proyectar sobre el escenario luces de distintos colores según la atmósfera que le sugería al autor de la ocurrencia). La fluidez de las cuerdas, conducidas por un austera y precisa dirección fue la prometedora puerta de entrada en el primer movimiento, sosegado pero vigoroso y en general equilibrado, aún cuando fuera el que más dificultades presentara a la orquesta. El arduo trabajo de fondo de Pablo Pérez aquí se vio recompensado por un logrado equilibrio sonoro, en el que además pudieron florecer gran parte de los pequeños aspectos que aparentemente anecdóticos, en la escritura orquestal mahleriana insuflan de vida todos los planos sonoros. Si estos recibieron un gran cuidado por la dirección, sólo pudimos escuchar acaso un exceso de relevancia de los metales en el segundo movimiento –que por otro lado tuvieron un notable desempeño–, donde brilló el concertino en esa Totentanz (danza de la muerte) que le obliga a tocar en scordatura. Una vez más, Sobotka en el decisivo cuarto movimiento de la sinfonía ofreció una interpretación solvente y elegante, agudamente dramática pero sin ninguna afectación, con un grave especialmente consistente. Una fiel himmlische Leben (vida celestial) tal y como se recuerda en Des Knaben Wunderhorn se filtró en la atmósfera a través de la voz de la soprano, perfectamente equilibrada e integrada en el discurso orquestal, logrando con una musicalidad genuina y una emisión homogénea, la voz celestial e ingenua de ese niño que cree poder alcanzar el cielo con sus manos.
Aún con una entrada discreta y con todos los condicionantes a la vista, en conjunto se puede considerar un éxito tanto el inicio de este festival dedicado a la música polaca, como el de una valiente temporada de la OSV que promete ser interesante porque ofrece un valor añadido a la vida sinfónica de la ciudad, maximizando los recursos de los que disponen.